Camino a nuestro hogar eterno
Un vagabundo que daba tumbos por la vida y un hombre de negocios motivado por la vida cómoda, entablaron una amistad que transformó ambas vidas.
por Ron HallNo había libros, ni notas, ni un plan de estudios. Tampoco composiciones escritas o exámenes. El curso era solo la cruda enseñanza de un hombre llamado Denver Moore, que no se había graduado de nada, ni recibido honores —excepto
los que le habían conferido sus compañeros reclusos de la Cárcel Angola. En realidad, nunca asistió a una escuela, ni siquiera por un solo día.
No había escuelas para la “gente de color” en la plantación de Louisiana donde había pasado sus primeros años de vida como jornalero sin recibir ningún pago por el trabajo que hacía.
Su aula fue una acera en una concurrida calle de East Lancaster, cerca del contenedor de basura donde dormía, al otro lado de la institución benéfica Union Gospel Mission, en el centro de Fort Worth, Texas. Fue allí donde mi esposa lo conoció, y donde tuvo por primera vez la idea de que él y yo debíamos ser amigos.
Recuerdo una conversación que tuve al principio con Denver, con tanta claridad como si hubiera sucedido ayer. Su aliento tenía el olor penetrante del tabaco viejo, que remataba con el de la sardina enlatada, que me resultaba molesto. Fingiendo que iba a rascarme la barba, moví la mano para taparme la nariz, mientras mis oídos se esforzaban por escuchar su débil voz. “¿Es usted uno de esos cristianos?”, me preguntó.
“Sí”, le respondí.
“Entonces tal vez pueda responder una pregunta que intriga a la mayoría de los indigentes. ¿Por qué es que ustedes los cristianos adoran el domingo a un hombre que no tuvo una casa donde vivir, pero luego le dan la espalda al primer indigente que ven el lunes?”
[Seguir Leyendo]
Fuente: Encontacto.org,
No hay comentarios.:
Publicar un comentario